No sé bien cómo es el reparto de los talentos en la vida. Desconozco. Alguien sabe bailar, otro es Messi… A mí, la sub-categoría que más me intriga es la de los talentos domésticos: la Habilidad para hacer un festín con las sobras de ayer, el Don de limpiar los vidrios sin marcas, la Gracia de iluminar ambientes… Creo tener algunas virtudes, no me quejo; pero envidio mucho la que me falta: la Mano verde.
Corto las hojas secas, combato las hormigas, arranco yuyos y riego: hasta ahí llega mi amor. Pero debe ser poco para las plantas: se embichan o dejan de crecer.
Mi madre, en cambio, hace surgir brotes de entre las piedras. Sabe cuándo regar y cuándo no, cuáles deben ir juntas, cómo administrar la sombra, guiarlas con varillas, girarlas, airear la tierra. Sabe en qué época podar y que las azaleas precisan acidez. Sabe trasplantar con éxito.
Creo que la mayoría de las cosas las intuye, pero sobre todo creo que tiene paciencia. Y esa es la habilidad que admiro.
Con las plantas, como en la vida, el talento es la paciencia.
Ahora estoy probando suerte en un mundo menos exigente: el de los cactus. Dejo que les dé el sol y los riego una vez al mes. Nada más.
Poco doy. Poco piden. Poco pido yo también.
Y cuando crece un brote es la gloria.