Escritorio / 26 mayo 2012

Escritorio: Mayo

Cuando era chica quería vivir en una casa con escaleras, porque las casas de los programas de televisión que veía siempre tenían escaleras. Corría la cama de mi cuarto para que la cabecera estuviera en la pared de la puerta, porque así era en las telenovelas. Y soñaba con dormir en una cucheta y tener un telescopio, como los chicos de las películas de aventuras. U ocupar un altillo abandonado, como le pasaba a La pequeña princesa.

Ya de más grande, quise ser Meg Ryan en casi todas sus filmes, y fue seguramente en algunas de sus casas de ficción que vi por primera vez una cocina con alfombra y veladores. No me importó nunca tener un cuarto chico, porque descubrí en Descalzos en el parque que podía ser encantador, y a veces me pregunto si mi última devoción por los muebles oficinescos no me vendrá de Mad Men. O si me rodeo de bibliotecas por culpa del bueno de Woody.

Cuando vemos un decorado en el fondo de una escena, algo queda y se archiva adentro nuestro. Y así como el que escucha radio sabe más de voces de lo que cree, o el que usa Twitter llega a dominar la síntesis sin buscarlo, los que nos la pasamos viendo ficción absorbemos como esponjas más imágenes, combinaciones y estilos de los que ni siquiera sospechamos.

Luego los mezclamos con otros datos y objetos, y de a poco, a diario, armamos la escenografía de nuestras vidas. Para un eterno plano secuencia.

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