Escritorio / 28 enero 2012

Escritorio: Enero

Tenemos la casa, anunció, y tres días después llegamos los bolsos, los canastos y nosotros. Abrimos los postigos, barrimos, pusimos hortensias en frascos de mermelada.

Unos cocinamos; otros, nadaron. De los estantes elegimos la fuente rosa de la abuela y el bol de flores naranjas. Alguien puso el mantel blanco, y encadenamos Virus con Stevie Wonder. Colgamos una guirnalda mexicana, brindamos, cenamos nuestro pequeño festín casero y, a las doce, nos abrazamos. Cada uno tomó un bolso y salimos a caminar bajo los fuegos, augurando viajes. Luego, los regalos sorpresa, los turrones y los juegos.

Y así los días.

De las sábanas de flores y el ventilador de techo pasábamos al mantel de picnic bajo el árbol, sin rastros de culpa. Juegos de mesa ochentosos, carozos, libros tirados. A media tarde, improvisábamos banquetes, para luego desaparecer en siestas o en el agua. A veces no nos veíamos por horas, o nos cruzábamos helado en mano o buscando un almohadón. Otras veces, éramos cinco en la cocina contándonos pequeñas epifanías. De noche, regábamos el pasto y comíamos con las manos. Y otro juego hasta que se nos cerraran los ojos. Afuera, las mallas goteaban en sillas de caña.

El martes, de repente extrañé mucho mi cama, nos despedimos con un abrazo, y desandé la distancia entre 2012 y ayer nomás. Cuando prendí la computadora, tenía veintitrés mails en la bandeja de entrada, la tira del corpiño marcada y una decena de picaduras rosas en las piernas. La casa estaba caliente. Abrí las ventanas.

Me dolía un poco la panza pero pedí helado. De coco y dulce de leche, por favor, te pago con cien.

Y me tiré en la cama a esperar el fin del mundo.

 

Me despertó el timbre.

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