Había una vez paredes naranjas que antes habían sido color cremita. Inauguramos las paredes naranjas el 9 de julio de 2007, nuestro primer día de convivencia, mi primera independencia, cuando todavía éramos nosotros y pensábamos que ese living con dos paredes naranjas y dos paredes blancas eran el comienzo de una nueva etapa. Cuando pensábamos en nuestro lugar feliz. Nuestro hogar.
El 9 de julio de 2009 volví a independizarme, ésta vez para quedarme sola en ese departamento de paredes naranjas, pisos de madera y recuerdos que se veían por ahí y se olían por allá: un hogar es, entre otras cosas, una colección viva de recuerdos. El domingo siguiente al día de la independencia agarré el aguinaldo y tomé una decisión: Pintar las paredes naranjas de blanco y las blancas de rosa chicle.
Lo que siguió fueron quince domingos en los que con una amiga también recién separada, nos esforzamos en quitar el naranja y volcar chicle a lo blanco. Quince semanas con el living completamente inutilizable, lijas, el sillón tapado con una manta, jogging salpicado, remeras dos talles mas grandes y como accesorio, trapos embebidos en aguarrás que nos hacían parecer cada vez menos Maru y Gi: secretamente nos referíamos la una a la otra como Cacho y Roberto. Fueron los quince domingos mas divertidos que vaya a tener jamás.
Una semana después, se me informó que tenía que mudarme.
Llamé a mi amiga, llorando, y le conté la noticia. Y después de gritar desesperada porque nunca iba a conseguir una casa tan linda como la que tenía, le dije “y todo el trabajo de todo este tiempo, al pedo, no sirvió para nada todo lo que hicimos, ¡todo lo que nos costó!«. Ella se quedó callada unos segundos. Pensé que estaría compartiendo mi angustia, pero en cambio me respondió “vos estás loca, si no hubiéramos tenido esa tarea delirante, nuestros domingos de recién separadas hubieran sido una tortura llena de películas de amor y llantos de esos que no te dejan respirar bien”.
Me dejó pensando. Yo había cambiado películas de amor por un par de lijas y un rodillo. Había pasado todo ese tiempo tratando de olvidar que ahí, en ese lugar, habían paredes naranjas que pinté con alguien con quien nos habíamos dejado de amar. Fue transformar nuestro hogar en mi hogar. Un duelo: quince semanas de jogging y pintura fucsia, quince semanas de llamarme Cacho. Quince semanas y dos paredes rosa chicle.