Escritorio / 5 septiembre 2010

Escritorio: El despegue

Tengo veintinueve años y en breve, en octubre, se cumple el primer aniversario de mi independencia.

¿Por qué me fui de lo de mis viejos? Bueno, en algún momento todos deben irse, pero en mi caso fue porque estaba atravesando una crisis existencial, de esas que te gobiernan, pufff, y duran y duran.

No había motivos.

Tenía un buen trabajo con sueldo lógico, que permitía gustos mensuales y algún que otro aporte en casa. También la posibilidad de estudiar lo que quisiese: Así pasé por administración de empresas, diseño de indumentaria y periodismo (todas abandonadas, por supuesto). Me iba de vacaciones con las chicas todos los años, y con un vuelto me compré un perro. ¡Pero el vacío ahí estaba! Ni Oliver lo llenaba.

Mi jefa, con quien tengo mucha confianza, me dijo: «Es que estás viviendo una etapa que ya caducó para vos. Necesitás lanzarte a la adultez, salir de esta comodidad.»

Me cayó para el culo el comentario. Durante días discutí mentalmente con ella, y le decía, bañada de bronca, cosas como «claaaaaro, para vos es fácil porque siempre tuviste tu departamento», «aumentame el sueldo entonces», «ya soy adulta, ¿vos qué sabés?».

Pero a medida que el enojo iba amainando, sus palabras empezaron a inquietarme, y más tarde el tema se convirtió en un pensamiento recurrente. Si me fuera de casa… ¿Extrañaría? ¿Me alcanzaría el sueldo pagando un alquiler? ¿Viviría cerca del trabajo o de lo de mis viejos? ¿Cómo decoraría? Después, sin darme cuenta, la cosa se tornó en plan. Y en unos meses conseguí hacerlo realidad. Ni yo sabía que podía ser tan expeditiva.

¿Cómo es que tardé TANTO en darme cuenta? Hoy tengo muchos menos muebles de los que planeé, cero prendas de esta temporada y contados alimentos en la heladera. Pero también tengo una nueva carrera que me tiene entusiasmadísima, poco miedo a la soledad, mejor relación con mi familia y conmigo misma, ¡y una casa que es hermosa, y que lo irá siendo más cada día!

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