La casa de Luz era otra hace unos meses. Usó el invierno como excusa y, entre fines de semana, canapés y bebidas, logró convertir un lugar semivacío en esto que hoy protagoniza.
Cosas que fueron de sus abuelos esperaron veredicto durante mucho tiempo, y a ella le vinieron al pelo. Las adoptó y con sus manos transformadoras las rejuveneció, por lo menos, cuarenta años.
Todos -absolutamente todos- los cuadros y cuadritos son obra suya. Como los almohadones y hasta las etiquetas de los frascos de la cocina. Y esa maravilla que hay sobre la cama, también.
Fotos: María Tórtora